Como bandadas de pájaros. Aparecen en los aeropuertos entre octubre y marzo, son como aves de breves migraciones -uno de los signos de que es “temporada baja”-, como una nube de estorninos. Bandadas de lo que llamamos con piedad y corrección “tercera edad”.
Son los viajes del Inserso y similares. Jubilados, gente muy mayor, grupitos de mujeres gastadas y arrugadas –presumiblemente viudas o solteras irredentas-, parejas que ya han celebrado las bodas de oro, algún viejete “single”, personas de bastón, torponas, recelosas, inseguras si no están en el centro del grupo.
Por supuesto, no es la primera vez que me tropiezo con ellos. Pero hace unos días, en el aeropuerto de Tenerife Norte, fui literalmente “atropellado” – y conmigo los primeros viajeros que intentábamos facturar en Vueling con destino a Málaga- por una ruidosa bandada de ancianos y ancianas que bajo el mando de una señora gorda, de uniforme azul y pancarta de no sé que “mundo senior”, se hizo con el poder en las filas, acumuló personas y maletas en desorden frente a los mostradores y daba absurdas e inútiles instrucciones a gritos a su tropa… ¡un espectáculo!
Los que no formábamos parte de ese enredo de equipajes y voces, aguardamos pacientemente a que acabara aquello. Alguien abría su maleta en el último momento, alguien no encontraba su documentación, alguien se había de hacer repetir tres veces a dónde debía dirigirse para embarcar, alguien…
Gritones, perplejos, arracimados… Confieso que experimenté complejos sentimientos: había irritación, curiosidad, vergüenza ajena –yo también soy mayor-, ternura… Y es que, como le dije bromeando a la muchacha del mostrador cuando al fin llegó mi turno, son como niños, y aquello era como una escena de guardería a la hora de la merienda. La muchacha sonrió y me dio ventanilla en una de las primeras filas. Así que fui de los últimos en embarcar y pude contemplarlos a placer, otra vez agolpados ante la puerta del finger.
Contemplé sus andares cansados y sus actitudes inseguras, sus gestos gregarios, de rebaño en un territorio extraño, oí sus conversaciones banales, me fijé en el aire “antiguo” de casi todos –ellos y ellas-, en el porte, las ropas, el equipaje de mano, como si fuesen los viajeros de un tren de hace treinta años, con bolsas de plástico y tartera y bocadillo. Lo que queda de un país de ayer empujado al hoy. Pero merecen comprensión y respeto. Son nuestros viejos y viejas, que cuando se hacen visibles, en grupo, resultan tan extraños en este mundo que adora lo cool, la juventud, el glamour…
Son como niños, niños grandes perdidos en la selva del presente.
Cuando aterrizamos en Málaga, ¡aplaudieron!
By Bartleby
En este mundo tiene que haber de todo;como los que usted indica,
y como los que he visto yo.Gente mayor,educados y respetuosos.
El artículo que he leido,escrito por usted,me da verdadera pena.
¿De verdad conoce usted lo que es el respeto y la verguenza?
Yo no soy tan mayor como dice usted que es; pero si que siento
verguenza ajena al leer su comentario.Habría que ver la cara de
la «muchacha»del mostrador,cuando usted se fué,y saber lo que
piensa del tema.Posíblemente habría pensado que está usted
preparado para viajar solo.
Por lo visto el texto le resulta penoso y vergonzoso pero es simplemente un relato algo exagerado y una crítica ligera sin malicia alguna sobre la forma de viajar de lo que viene llamándose la edad de oro. Y también debo decirle que viajar solo no es malo ni una pseudo condena, al contrario; tengo varios amigos que es el tipo de viaje que prefieren.
Gracias por el comentario Fernando,