¡Qué rápido pasa el tiempo! Ya hace más de un año de mi viaje a la ciudad de Estambul con Turkish Airlines para probar la comodidad, la excelente restauración a bordo y la calidad de su servicio en general. En Turquía visitamos los principales atractivos de Estambul y quedé gratamente sorprendido por la belleza de este enclave entre Europa y Asia. Fue una visita realmente corta ya que duró un día pero muy intensa e inspiradora.
A mi regreso a Barcelona expliqué mi experiencia a los amigos, familiares y a mis hijos. Los niños tienen una gran predilección por oír una y otra vez la historia de cómo es un baño en un hammam y se parten de risa con las exageraciones. ¡Todavía hoy! Así son los niños, pueden oír la misma historia cien veces si les gusta. Yo la verdad que de tanto repetirla y aderezarla un poco ya casi que no distingo lo que es verdad de lo que no.
Masaje en un hammam de Estambul
Cuando entras en el recinto de los baños ya vas un poco encogido por las leyendas urbanas que corren por ahí. Nosotros visitamos el Hamam Cagaloglu y la primera impresión fue la de encontrarnos en un sitio histórico y hermoso. Lo que sucedió lo relato a continuación.
Primero hay que cambiarse en una taquilla que destaca por su poca intimidad. Es lo que tienen las puertas con un gran cristal. De allí salí con una toallita roja atada a la cintura y unos extraños zuecos de madera. Este es el equipamiento oficial. La verdad que te sientes un poco ridículo vestido así (o mejor dicho desvestido). Con la llave en la mano sales de ahí mientras piensas que será la ultima vez que vas a ver tu móvil, tu cámara de fotos y la cartera, ya que cerrar con llave no implica que cualquiera pueda acceder donde están tus pertenencia si lo que tiene que frenar a un imaginario ladrón es esa puertecita.
Una vez en el hall, nos indicaron el camino hacia la entrada de la sauna. Todo ello bajo la atenta mirada de unos tipos bigotudos con pinta de cansados. Andamos picando ruidosamente sobre los suelos de mármol por culpa de los zuecos y finalmente entramos a la sala del baño haciendo caso a los gestos que nos dirigen. El contraste de temperaturas y humedad con el exterior es tremendo. Estuvimos charlando tranquilamente entre nosotros, remojándonos con el agua, fría o más caliente, según gustos hasta que pasados unos veinte minutos aparecieron nuestros limpiadores. Cada uno con un cubo de zinc y una especie de manojo que parecía ser de estopa.
Aquí viene la mejor parte, a cada bañista le correspondía su turco limpiador y fue muy gracioso comprobar que las constituciones físicas se correspondían. Al bueno de Rafa Pérez, por ejemplo, se le emparejó un tipo fortachón, y de igual manera sucedió con Quique, Xavi, Cerdar y yo mismo. Al primero que empezaron a meter mano fue a Quique y nos sirvió al resto para saber con algo de anticipación qué iba a suceder. A todos menos a Cerdar, claro, que es turco y de eso ya sabía.
Cuando vas a un hammam compras un servicio parecido al de un túnel de lavado para coches. Hay un básico y todo tipo de complementos. En nuestro caso disfrutamos de un completo, por así decirlo, con abrillantador y pulido incluido en el paquete.
Estirados en el mármol central del hammam, mirando los rayos de luz proyectados desde las aberturas del techo abovedado empezó una fase de intenso enjuague con jabón y frotamiento. Aquí no queda ni un rincón ni recoveco sin frotar… Ugh.
¿El frotar se va a acabar? Pues no..
Después de la primera fase vino otra ronda de jabón aplicado a la vez que sufríamos estiramientos y posturas raras. Y diría que más que un enjabonado eso era un raspado con todas las de la ley. ¡Ay madre! Nuestro limpiador se aplicaba con esmero y energía estirando miembros y extremidades. Si no recuerdo mal en esta fase fue cuando uno del grupo dijo que basta, que ya tenía suficiente. Yo la verdad que pensaba que mi bigotudo tenía algo personal contra mis extremidades y vértebras cervicales.
Lo mejor era el ritual que indicaba un cambio de tercio en esta singular coreografía para dos del hammam. Y el aviso era nada más y nada menos que un sonoro golpe en la espalda. ¡Plas! A darse la vuelta y continuamos. El famoso golpe, pero mucho más suave es el que esperan mis hijos cuando jugamos a hacer un simulacro de hammam con cosquillas. ¡Plas!
Venga agua con el cubo, venga jabón aplicado con esa pseudo esponja y venga a frotar con un guante un pelín rasposo. Hasta las costuras de cuando salí del molde materno, todito todo. Me recuerdo tendido boca abajo dentro de un globo de espuma de jabón y mi amigo presionando mi espalda con la rodilla o quizás de pie… Y con otro golpecito ¡Plas! Se terminó la liturgia con algunos cubos de agua arrojados sobre nuestros cuerpos sobados. Allí nos quedamos un rato todavía recobrando el control de las extremidades e intentando captar las sensaciones de nuestra epidermis absolutamente libre de impurezas y rugosidades.
Francamente había valido la pena y estábamos disfrutando la recompensa en forma de bienestar después de aguantar estoicamente todo el rato. Una vez vestidos de nuevo (con todos nuestros objetos personales) todos reflejábamos en nuestros rostros una sensación de intenso relax y paz espiritual. ¿Crees que te atreverías a un completo en un hammam de Estambul? ¿O lo tuyo es más de balneario y relax en aguas termales?
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